Tengo que confesar que tengo un problema: no respeto a la gente que trabaja mucho. Bueno, mejor dicho, a la gente que está siempre haciendo cosas. Bueno, tampoco se trata de respeto propiamente dicho, más bien de falta de entendimiento. Sí, creo que eso es más bien lo que me pasa: no entiendo a la gente que está todo el día ocupada haciendo cosas. Ahora está mejor (perdón a los que se hayan podido sentir ofendidos).

Oficina llena de gente muy ocupada

Profundizando un poco más en el tema, la gente que se empeña en rellenar cada espacio libre que les queda en la agenda para hacer todavía un poco más de no sé muy bien qué realmente me desconcierta. En mi mente, eso se corresponde con un esquema de pensamiento industrial que considera que lo más costoso es tener una máquina parada así que asegurémonos de que las máquinas estén siempre funcionando, haciendo algo, si es preciso organizando turnos, para que no paren nunca de producir.

Pero mi visión es diametralmente opuesta a ésa. Yo no veo ninguna maquinaria súper cara que haya que mantener todo el día en funcionamiento para que sea rentable y, por lo tanto, el tiempo ocioso no implica para mí una pérdida de dinero (ni de productividad) sino más bien al contrario. Para mí, el tiempo desocupado significa otra cosa bien distinta: significa oportunidad. ¿Oportunidad para qué? Para hacer algo que marque la diferencia, algo único, original, que sobresalga, y hacerlo realmente bien. Sinceramente, no me imagino haciendo algo de verdadero impacto si me paso veinticinco horas al día atareado con mil cosas. Y no quiero decir que sólo quiera dedicarme a hacer las partes más bonitas, chulas e interesantes de un proyecto o empresa en la que nos hayamos embarcado ni que le tenga tirria al trabajo duro y la dedicación a los detalles más oscuros y desagradables. Ciertamente, creo en el valor del trabajo duro por encima de todo. Una vez que tienes definida una meta y sabes adónde quieres llegar, lo que debes hacer es trabajar duro hasta conseguirlo, tanto como sea necesario.

Pero también creo que hay que tener tiempo y cierto espacio mental para poder estar atento a la próxima oportunidad que se presente. Porque se van a presentar oportunidades, y muchas veces no somos capaces de verlas porque estamos ocupados haciendo otras cosas.

Creo que, en definitiva, el problema es que existe cierta confusión entre:

  • Ser eficaz
  • Ser eficiente
  • Estar ocupado

Y el orden en que he escrito estas cosas no es casual: mi principal objetivo es siempre ser eficaz (porque quiero conseguir cosas). Si puedo conseguirlas empleando menos recursos, es decir, si puedo ser eficiente, estaré más contento. Pero eso es opcional, un segundo paso. Porque si he exprimido al máximo mis recursos para no conseguir lo que quería (o, peor aún, para conseguir algo que no es lo que quería), entonces no voy a estar nada contento. Y, por supuesto, lo último que quiero es estar ocupado.

Muchos confunden eficacia y eficiencia, y creen que ésta significa estar siempre ocupados

Estar ocupado es una consecuencia de los objetivos que quiero conseguir y los medios que tengo a mi disposición. Quizá estoy intentando conseguir algo muy difícil o muchas cosas al mismo tiempo (cuidado, la pérdida de foco es otro problema importante, pero de ese tema podemos hablar otro día) o quizá no dispongo de todos los recursos que quisiera para poder alcanzar mis objetivos. Entonces estaré muy ocupado trabajando para conseguir lo que quiero. Pero, por lo general, ése no es un estado en el que me quiera encontrar, y mucho menos todos los días de mi vida.

Desgraciadamente, muchos confunden la eficacia con la eficiencia, priorizando esta última, que, además, creen que significa estar siempre ocupados. Es una forma de conseguir cierta paz mental al poder decirnos por la noche: “Hemos estado todo el día trabajando a destajo. No hemos parado ni un momento.” Y así creemos que podemos estar tranquilos porque no se nos puede reprochar nada cuando lo hemos dado todo. Pero al final llega el día en que nos damos cuenta de que no hemos conseguido ninguna de las metas con las que soñábamos y nos preguntamos cómo fue posible, si estuvimos trabajando tanto.

Cuando veo a alguien que se pasa los días súper atareado haciendo mil cosas sin parar como si no hubiera un mañana tengo la tentación de preguntarle:

  • ¿Qué estás haciendo ahora mismo?
  • ¿Cómo lo estás haciendo? ¿Se podría hacer de otra forma que te llevara menos tiempo?
  • Y, sobre todo, ¿para qué lo estás haciendo? ¿Qué vas a conseguir con ello?
  • ¿Podrías estar haciendo otra cosa que realmente te aportara más de lo que estás haciendo ahora mismo?

Pero siempre me contengo y, al final, no digo nada. Al fin y al cabo, ellos están muy ocupados y probablemente no tendrán tiempo para escuchar a nadie.